martes, 26 de julio de 2011

EL ASUNTO -Cuento de Gustavo Moreno-

Hay una mujer en silla de ruedas frente a la gran puerta-ventana de una habitación enorme, alfombrada y vacía. Detrás del vidrio se ve el balcón y, más allá, el Obelisco de Navarro. La tarde gris, y el vidrio ahumado, sumen a la habitación en una semipenumbra.
En la alfombra hay marcas que indican que alguna vez hubo muebles. En una de las paredes, Frida Kahlo es un testigo silencioso. En otra, una foto de la mujer, joven y glamorosa, permanece inclinada y con el vidrio trizado.
La mujer tiene medio rostro paralizado y un brazo recogido, la muñeca articulada y la mano inmóvil contra el pecho. Con la otra mano, el pulso tembloroso, sostiene un whisky. Junto a la silla de ruedas, una botella caída de Valentine’s ha manchado la alfombra; la mancha lleva allí un buen rato. La otra mancha, la que está debajo de la mujer, también.
La mujer cada tanto cabecea. Dormita, cuando escucha que se abre la puerta del departamento. Se sobresalta. Pasos se acercan a la habitación. La mujer bufa, largo y cansado. La puerta a sus espaldas cruje apenas; un hombre de sobretodo, del tamaño de la puerta, se ha parado a un par de pasos de ella.
—Qué querés —la mujer habla a media lengua.
El hombre se mueve en su lugar. Se cruza de brazos.
—Él quiere saber qué pasó —dice.
—¡Hasta cuándo, Dios! —Dice la mujer para sí—. ¿Otra vez con lo mismo?
El hombre recorre la habitación con la mirada y se detiene en el Kahlo.
—Hace mucho que no la veía, pero por lo visto le ha ido bien, ¿eh?
—Porquería.
—Ese cuadro…
—¡Ni en sueños! —interrumpe la mujer, bebe lo que queda en el vaso y lo arroja contra la pared, pero sin fuerza, el vaso queda en la alfombra.
—¿Entonces?
—Decile que es una maldita inmundicia.
—No le puedo decir eso.
—Sí podés.
—No. No puedo.
—Sos la misma clase de basura, así que…
—No me hable así.
—¡Morite! —grita la mujer, y babea—. Y a él decile lo mismo.
El hombre menea la cabeza. Camina hasta pararse frente a la mujer.
—No me mirés, no me mirés —la mujer trata de taparse la cara con su brazo inerte, pero por la torpeza de sus movimientos no lo consigue.
El hombre se inclina y acerca su cara a la de ella.
—Nooo… nooo… —lloriquea la mujer.
El hombre permanece inmóvil. 
—Él esperaba otra cosa.
La mujer se pasa la mano bajo ojos, después por la nariz.
—No me importa —dice entrecortado.
—Debería.
—Por qué, a quién le importa… a quién le importa...
—A él. A él le importa.
—¡Mentira!
—Es la verdad.
—Si fuera la verdad no te hubiera mandado a vos a apretarme.
—Yo no vine a eso  —el hombre se endereza y se a-leja hacia la puerta-ventana. Abre una de las hojas.
—¿No?
—No.
—¿Por qué entrás a mi casa sin golpear, entonces?
—Su casa… hum… Además, si golpeo, no hay quien abra.
La mujer parece evaluar tal afirmación.
—Vos qué sabés si hay o no hay.
El hombre mira sin ver la avenida, la plaza, el tránsito, la punta del Obelisco casi al alcance de la mano.
—Los dos sabemos…
—Andate.
—¿Cómo? —el hombre gira sobre sí.
—Lo que escuchaste.
—Está bien.
—Decile a ése que no quiero saber más de él o de sus secuaces. Y que ese asunto,  es asunto mío.  Que me deje vivir en paz.
—No le va a gustar. Usted le ha agotado la paciencia.
—¡Que se vaya al carajo!
—No hay necesidad de ponerse así.
—Y si me pongo así, ¡qué! ¿Me van a hacer algo, vos, o él? —El hombre rodea la silla de ruedas y se para detrás de la mujer—. ¿Ah? ¿Me van a hacer algo, manada de cobardes…? ¡Contestá!
El hombre camina alrededor de la mujer sin quitarle los ojos de encima y vuelve a pararse detrás de la silla.
—¡Contestá, he dicho! —grita la mujer.
El hombre le coloca las manos con suavidad en los hombros.
—No, no le vamos a hacer nada —dice. Y agrega—: O mejor dicho, le vamos a hacer un favor —y empieza a empujar la silla.




Gustavo Moreno nació en Bs. As. en 1969. Reside en San Juan desde niño. Ha obtenido reconocimiento por sus cuentos "La llamada" y "Pedrito y el crucificao" en los concursos de la Biblioteca Nacional en 2001 y la Fundación Max Aub de España en 2006 respectivamente. Ha formado parte de algunas antologías, ha asistido a numerosos talleres de formación literaria y ha sido becado por la Biblioteca Nacional para cursar el taller de perfeccionamiento dictado por el escritor Pablo Ramos. Ha escrito los libros de cuentos "El libro Mágico", "Historias casi verdaderas", "Infierno Bar y otros cuentos" y "Afuera en la noche y otros cuentos", y la novela "Tiempo para el dolor".















domingo, 3 de julio de 2011

HERMES VITANOVA, ESCRITOR -Cuento de Pablo Bernal-



"aunque en realidad no aparenta ninguna/
edad de hombre y puede ser tan viejo/
como el mundo"
Haroldo Conti


     Toma un sobre que está junto al espejo de la sala, se mira entre los brillos y las sombras, reflejado a través de la penumbra y piensa que, a simple vista, nadie sospecharía que él es tan viejo como el mundo.
     No aparenta más de treinta años. Es apuesto y ágil. Su rostro es juvenil y definido. Lee un nombre en el sobre. “Es para ella -dice en voz muy baja-”. Camina por la sala hasta el pasillo y luego entra en el primer cuarto que da hacia la calle. Deja el sobre en la mesa de luz. Sonríe, piensa en lo difícil que es abandonar los viejos hábitos. Mira a la mujer tendida sobre la cama, piensa que ella también aparenta menos años.
      La mujer no se llama Maya, ni Maia. Se llama Elvira, y duerme sin prevenciones. Parado ahora bajo el marco de la puerta, la observa en silencio por unos instantes. La luna entra por la ventana e imprime en la habitación una suerte de misterio que a él lo reconforta. Sobre la cama, junto a los pies de Elvira, hay una guitarra que él ha dejado allí, a manera de amuleto protector, para que la acompañe a través del sueño. Antes, ha tocado para ella una música griega, hasta que sus párpados han cedido, vencida por los lentos acordes. De pronto, recuerda algo que decía un viejo relojero de Palermo; “a la realidad le gustan las simetrías”, dice susurrando, mientras una sonrisa tenue se le dibuja por unos segundos sobre el lado izquierdo de la cara.
      Esta noche es tranquila pero en noches de tormenta, él teme los rayos de la Ira. Hay un gesto ahora que ha cambiado su semblante, repentinamente, mientras se interna, a oscuras, hasta el final del pasillo, hacia otra habitación donde una luz mortecina escapa por la puerta entreabierta. “¡Despojarme de mis dones! -murmura con fastidio. Respira hondo, exhala.- Creíste que así me castigabas pero el tiro te salió por la culata. No hiciste otra cosa que librarme de mi obligación gratuita. Cada vez que lo pienso siento menos culpa, o lo que sea esta nostalgia que me muerde como un rencor”.
      La casa es grande; bañada por esta luna de cenizas, da el aspecto de una caverna abandonada donde poco podría gestarse ni mucho menos nacer. La medianoche ha quedado atrás y el hombre que, hace unos instantes reclamaba a la divinidad por atributos perdidos, desanda la oscuridad del túnel hasta internarse en la última habitación que remata el pasillo, acaso, siguiendo mecánicamente la luz de un velador que ilumina una vieja Remington y que escapa por la puerta entreabierta.
      Se sienta ante la máquina y escribe algunas líneas. Luego se detiene, con la punta de los dedos se lleva a la boca una cadenita de oro que pende de su cuello. “Llevarme esta cadena a la boca -dice- como si por ello fueran a visitarme las musas”. Así no es -dice- ni tampoco de esta manera, y arranca la página con vehemencia. Balbucea un enunciado casi inaudible sobre lo eterno y el valor de la primera palabra. De repente, en un gesto enajenado se incorpora y camina hasta quedar justo debajo de una antigua lámpara de bronce de seis brazos que cuelga del techo, piensa en Aracne, levanta la cabeza y le vierte una miradita de conmiseración. El velador de la mesa alumbra tenuemente el cuarto que por estas horas cobra un aspecto fantasmal. Regresa al escritorio, se sienta, coloca una hoja nueva y, habla como si conversara de veras con la imagen que le devuelve el vidrio de la ventana: “Lo esencial es la primera palabra, la primera oración, como si no importara nada más. Una suerte de conceptismo donde todo forma parte de una misma idea”.
      Mira un largo rato con la vista perdida en el papel; escribe un par de frases, las observa con minuciosa severidad. Quita otra vez la hoja y la arruga entre las manos. En un automatismo coloca una nueva. “Esta historia viene con las patas para adelante -dice, parado ahora en medio de la habitación-.” Y a continuación como una ráfaga de ametralladora, da una carcajada profunda y hueca. “No, si esto es lo que faltaba -dice entre risas- el dios de la elocuencia y la retórica tiene fobia a la página en blanco. Lo que yo necesito es un trago, para desinhibirme nomás”. Se dirige hacia el bargueño de la sala principal, descorcha un cabernet del ´73 y sirve hasta el borde un copón de catar. Empuja el recipiente hacia los labios pero en el último segundo se  arrepiente y su mano, durante un breve instante, se detiene en el aire, acaso, en el tiempo: “A la salud de Nysa -dice-, y bebe hasta terminar”.
      Se sirve de nuevo y, con la copa en la mano, regresa al escritorio, se sienta una vez más frente a la máquina y escribe con vigor. De repente se detiene, se respalda en la silla  para aumentar la panorámica, observa la frase con atención y, aunque agita en el aire, nervioso, los dedos sobre el teclado, esta vez no arranca la página. En la hoja se lee: Toma un sobre que está junto al espejo de la sala, se mira entre los brillos y las sombras, reflejado a través de la penumbra y piensa que, a simple vista, nadie sospecharía que, él es tan viejo como el mundo.


Pablo Bernal nació en San Juan el 20 de Junio de 1973. Es poeta y cuentista. Ejerció el periodismo cultural -entre 2002 y 2004- desde el Programa “LA POE, Agenda y Revista de Arte, Cultura y Espectáculos, tanto en Radio como a través de una edición digital homónima; en la actualidad publica semanalmente la edición digital de LA POE en formato de blog. Participó como coordinador e integrante en la Antología Poética Nosotros Mismos. Impulsa varios proyectos literarios, de fomento, difusión y creación, entre ellos esta antología, además de ediciones tradicionales en papel y digital.  Entre los cuentos seleccionados presenta “Álbum de Olvidos”,  Premio del Concurso “Encantadores de la Memoria” organizado por la Universidad Nacional de San Juan, con motivo de la celebración de su 30° aniversario. Este, al igual que el resto de los textos de su autoría compilados, pertenecen a un volumen, todavía inédito, de cuentos y micro ficciones, a priori titulado “Los hechos”.