domingo, 16 de enero de 2011

QUITAPENAS -Cuento de Nahuel Aciar-

“…es nicho que traga y que se lleva
amores empujados al olvido..."                                                                
Quitapenas, canción de Daniel Giovenco

     Acomodó la última carta en la caja de zapatos. Envoltorios de Bon o Bon, mitades de entradas de cine, todos los recuerdos estaban ahí.
   Escuchó la puerta abrirse.
— ¿Estás?—preguntó su madre.
—Sí—contestó fastidiado.
     Se quedó mirando la caja mientras escuchaba ruido de cajones que se abrían y cerraban, ollas, puertas.
Sus manos le temblaban. Observó que su remera tenía manchas de sangre. Se la sacó, la hizo un bollo y la tiró debajo de la cama. Se puso desodorante y se refregó la cara con las manos.
—Hace tiempo que no viene María—dijo su madre desde la cocina.
—Y no va a venir más.
— ¿Por qué?
—Porque no.
— ¿Se pelearon otra vez?
— ¡Porque no!

—Me voy a lo de Gladys—A los segundos se escuchó el portazo.

Estaba con la vista perdida, pensando.

—El canal—dijo como si fuera una revelación.

     Buscó la plata que le habían adelantado de la quincena. Mirá que no me gusta hacer esto, le había dicho su patrón, no corrás la bola, te adelanto porque sos laburador y el único que no me chorea, los otros pajeros se creen que no me doy cuenta. Gracias, gracias, dijo, sí, sí, es que quiero hacerle un regalo a la bruja.
Fue hasta la cocina. Vio el plato de comida en la mesa tapado con otro plato de vidrio transpirado encima.
—La vieja…—murmuró sonriendo.
    Agarró un tenedor y sin sentarse comió un poco de guiso. Después, buscó un papel para escribir:
                                                        “Comprate un bestido lindo vieja
                                                                               besos
                                                                                  Yo”
     Envolvió los billetes con el papel escrito, les puso un elastiquín, y los dejó sobre la mesa.
Fue hasta el fondo de la casa a buscar la bicicleta. Apretó con el pulgar las cubiertas para ver si estaban infladas. Ató la caja de zapatos al asiento de atrás. Salió hasta la vereda.
A la salida del barrio un grupo de niños inflaban y desinflaban una bolsa de Nylon con la boca.
—Una monedita para la birra, Tincho…—dijo uno de ellos.
—Hoy no—contestó mientras los pasaba.
     Llegó hasta el canal. Ahí ya no había faroles que alumbraran el camino. Dejó de pedalear: esperó  que sus ojos se acostumbraran a la luz de la luna. Siguió.

     Sos cualquiera, recordó que le dijo a María con el cuchillo aún entre las manos, con este gil, no podés. No hacía falta esto, gritaba ella mirando al otro en posición fetal retorciéndose de dolor. En el barrio estas cosas se arreglan así, además él lo sacó, aseveró señalando el cuchillo. Pero no así, no así, repetía ella. Mejor él antes que vos, y fue lo último que le dijo. Los recuerdos eran como chispazos en la oscuridad.

     Orilló el cauce hasta que los ruidos de la ciudad fueron menguando. El crujir de las ruedas en la calle empedrada, y el sonido creciente del agua, era lo único que se escuchaba.
     Desató el nudo y fue, con la caja entre las manos, hasta la orilla. La luna se rompía en pedazos en el reflejo del agua. Miró hacia el cielo y sollozó una palabra.

     Después, el estallido del cuerpo contra el agua, unas gotas cayendo en la tierra. Y el rugido del canal como el único testigo de la noche.
 FIN

Nahuel Eduardo Aciar
Nació el 25 de setiembre de 1985. Escritor. Músico. Cantautor.
Forma parte de la Antología de Narradores Sanjuaninos.