sábado, 6 de agosto de 2011

TEXTO GNÓSTICO -Cuento de Francisco Eduardo Rodríguez-


Escondido en el mínimo atuendo de “Jesús” , ya crucificado, un soldado romano encontró un extraño texto que guardó para sí; hasta que hombres de nuestra congregación, por milagro enterados del episodio, logran rescatarlo:
“Jesús dijo anoche palabras que a todos confundieron –actitud por otra parte no extraña en él-. A mí no me confundió. Entendí que preveía una acción en su contra y que además sospechaba de mí. Temiendo que su proclamada resignación fuese sólo un gesto destinado a que, confiados en la sencillez de su apresamiento, le facilitáramos la fuga, resolví actuar con celeridad. Salí rápido del lugar donde cenábamos, intensa solemnidad sobrellevaba aquel ágape, sin reparar en las formas. Fui urgente a ver a los sacerdotes, a instarlos a que de inmediato procedieran a detener a Jesús, que, según mi parecer, presentía lo que se tramaba en su contra. Estuvieron de acuerdo y convenimos que ésa misma noche enviarían un destacamento de gente armada al Monte Los Olivos, lugar donde el Maestro, junto a sus discípulos frecuentaba. Yo esperaría allí a los soldados y para evitar confusiones y cuidándome de no evidenciarme como traidor, con un beso en la mejilla debía establecer quién era la víctima, debía señalar inequívocamente a Jesús.
Cuando al anochecer arribé al monte, observé, no sin un dejo de nostalgia, cómo mis ex compañeros dormían profundamente. El sitio estaba singularmente  oscuro. Comprobé que Jesús no estaba entre ellos; inquieto dirigí entonces mis pasos hacia el arroyo Cedrón, cálido y cristalino, a la orilla del cual Jesús suele realizar sus oraciones. Tampoco estaba allí. Con severa preocupación regresé al monte al que llegué junto a la partida que lo hacía en evidente desorden y desorientación. Los discípulos estaban de pie y temblaban. Busqué a Jesús…de pronto vi que por un costado avanzaba una figura familiar, a  la que la oscuridad velaba su precisa identidad; mas lo asombroso fue que, sin que yo pudiera impedirlo, el advenedizo me  aplicó un sonoro beso en la mejilla. De inmediato los milicianos me cayeron encima; enfurecido les grité que me soltaran, que eran engañados. No me escucharon y a los empujones y a los golpes me arrastraron para llevarme ante los sacerdotes. Por lo absurda, ¿no era acaso yo el delator?, mi encarcelación no me preocupaba, si me preocupaba que Jesús con suprema astucia y quizás definitivamente nos había eludido. Me preocupaba también la delación ¿Quién entre los sacerdotes había delatado mi estrategia usándola, como una burla, en mi contra?. El hecho es que me llevaron a la casa de Caifás; el cielo, cubriéndose de nubes, complicaba la llegada de éste amanecer. Allí, entre los Maestros de  la Ley, esperaba el sumo sacerdote. El capitán romano entró para anunciar la presencia del impostor (así llamaban ellos a Jesús). Después de unos minutos y con la rudeza de siempre me hizo pasar. Entré, las manos atadas a la espalda y una mueca irónica en el rostro. Para mi asombro nadie pareció reparar en el equívoco; me ganó, como es de imaginar, una profunda intranquilidad. Apareció de pronto un hombre y señalándome me acusó: “Este hombre ha dicho que puede destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”. Se adelantó Caifás, el sumo sacerdote, y muy serio, mirándome como si nunca me hubiera visto, me dijo: “Es verdad lo que dicen de ti, qué contestas?”. Yo, azorado y temeroso, no atiné a responderle. Después me dijo: “Dime ¿Eres el Mesías, eres el Hijo de Dios?”. Fue entonces que pensé “Se burlan de mí, les seguiré el juego”. “Tú los has dicho”, le contesté muy serio. De inmediato, aventando de golpe mi tranquilizadora opinión, el sacerdote se rasgó las vestiduras. Fue en ese momento que intenté gritarles, preguntando qué les pasaba, que me vieran, que yo era Judas, su colaborador, pero la emoción y los golpes y los insultos que me arrojaron me lo impidieron o impidieron que lo que yo decía fuera escuchado. Mientras los soldados me sacaban semidesvanecido hacia el fondo de la casa, escuché que uno de los sacerdotes, burlesco, a la vez que me golpeaba  me decía: “ Si eres Dios adivina quién te pegó”
Salimos a un patio, el peso del sol ya rompía las nubes y comenzaba a echar luz sobre las cosas del mundo. De uno de mis labios manaba abundante sangre. Dos soldados me arrastraron hasta un estanque; uno de ellos, sosteniendo mi cabeza un instante sobre el agua, en ella me la hundió. Brutalmente. Pero lo que importa para mi relato es que en ése finísimo instante previo a precipitarme como piedra sobre el agua, sirvió para comprender lo que ocurría; porque ahí fue que pude ver mi cara en el estanque, mejor dicho no pude ver mi cara, vi otro rostro donde el mío debía ver…vi el rostro de Cristo.    
Ahora entiendo todo. Trataré de explicarlo, yo dejé de creer que Jesús fuese el Hijo de Dios, pero de esa incredulidad saqué, ilícitamente, la conclusión de que debía traicionarlo, y  Él, a su vez, en un solo hecho, con óptima sabiduría y con enorme potencia, me demuestra su Divinidad y me castiga. Él es justo, infinitamente justo. Si yo hubiera sido sólo un descreído, quizás hubiera obrado únicamente un milagro que acabara con mis dudas. Pero como yo, a la falta de fe uní la traición, el milagro, lógicamente debía ser inescindible del castigo”.

Francisco Eduardo Rodríguez estudió filosofía en la Ciudad de  Córdoba, ha incursionado en los géneros del cuento -Breve especialmente- ensayo y dramaturgia. tercera mención en cuento y ensayo con publicación en antología, concurso nacional de cuento y ensayo organizado "Homenaje a H. Quiroga", Ciudad de Rosario, 1997, con publicación en antología de cuento y ensayo. finalista en concurso nacional de cuento breve Radio Cultura Ciudad de Buenos Aires, año 1998, antología. finalista concurso internacional de cuento breve ciudad de Buenos Aires, Radio Cultura, año 2001, antología. 1er accesit Concurso Internacional "Relatos de Zaragoza" ayuntamiento de Zaragoza España, 1999, antología. Primer premio concurso de cuentos breves del "Nuevo Diario" de San Juan, publicación en el periódico. Tercer premio en concurso de cuentos organizado por Universidad Nacional de San Juan 50° aniversario creación de la Universidad, año 2004. Es coautor con Juan Carlos Carta de la obra histórico teatral "la Causa", ganadora teatrina 2002, regional de teatro en ciudad de la Rioja, año 2002, seleccionado por la crítica periodística en muestra nacional, ciudad de Mendoza año 2003, para ser representada en Centro Cultural Rojas Ciudad de Bs. As.