miércoles, 30 de marzo de 2011

FIN DE SEMANA -Cuento de Leonardo García Pareja-

El viento zonda era gris y callado. Las sombras se movían largas y oscuras, anunciando una muerte líquida y pegajosa. Sin embargo nos reíamos, era sencillo hacerlo. Cualquier cosa, una rama torcida con una forma obscena o un recuerdo vago alcanzaban para detonar nuestras más estertóreas carcajadas como estampidas de soles que retumbaban entre las montañas.
El jeep saltaba entre las piedras dejando una nube de arcilla y humo junto con un rugido tartamudo que envolvía los algarrobos y las jarillas.
Quizá nos reíamos porque en el fondo sabíamos que la muerte andaba cerca y necesitábamos darnos coraje, mentirnos, empujarnos mutuamente hacia ella.
Las armas estaban cargadas y los cuchillos brillaban con ese brillo frío y tenso del acero y de los ojos de los cazadores. Pero nosotros no éramos cazadores, apenas si éramos tres empleados de oficina que un fin de semana habíamos cambiado las computadoras y los formularios por unos rifles largos y fríos creyendo que, en ese mágico trueque podríamos encontrar la felicidad o al menos una aventura que se pareciera un poco a ella.
Había algo de monstruoso en nuestras risas, lo sabíamos, lo sentíamos; algo que ninguno podría admitir ni definir con palabras, pero que estaba en algún lugar entre la travesura y la aberración.
Nos detuvimos en donde la huella tomaba forma de víbora y se agazapaba bordeando dos soberbios cactus.
Encendimos el fuego y en ese mismo instante pensé por primera vez en regresar, en abandonar la absurda expedición. Es posible que Julio y José pensaran lo mismo pero ninguno se atrevió a proponerlo. Parecía que ya nada podría detener lo que habíamos comenzado, como si desde ese instante ya no fuera posible el retorno.
La noche se instaló sobre nosotros perforada por un enjambre de estrellas. Sentí miedo. Sí, lo admito, y deseé más de una vez la compañía de las gruesas paredes de mi dormitorio.
De todos modos encendimos las linternas y nos internamos caminando en un valle arrancándole crujidos nuevos a los retamos. Julio iba adelante abriendo camino, haciéndonos creer que sabía lo que hacía y hasta que disfrutaba pero José fue el primero en verla señalándola en silencio.
Sorprendida y asustada una liebre nos miraba desde el borde de una aguada.
Julio la encandiló con su potente faro y el animal se quedó tieso, como esperando la muerte que tenía forma de bala. Disparé una sola vez y me asombré de mi puntería.
No sé dónde dio el disparo pero la liebre se retorcía de dolor y desesperación. Creo que nuestra euforia duró sólo un par de segundos: no sabíamos qué hacer con aquello que nunca terminaba de morir.
Nos acercamos y, efectivamente, la pobre liebre se revolcaba con la boca abierta dejando un hilo de sangre que dibujaba su agonía en la tierra. Una enorme náusea se apoderó de mi estómago y subió hasta mi cuello. Nunca había deseado tanto estar lejos de allí, sin dudas hubiera preferido estar asfixiándome en la oficina junto a esa “IBM” que odiaba.
Julio pareció escuchar mis pensamientos y cerrando los ojos gatilló apuntándole de cerca a la cabeza del animal que después de dar un último par de patadas secas en el aire por fin se quedó inmóvil.
Pensamos que sería buena idea limpiarla, quitarle el cuero y las vísceras para comerla. Teníamos que tragarnos aquello para calmar nuestras conciencias. “Cazar para alimentarse” dije “los animales lo hacen, es natural” repetíamos intentando convencernos mutuamente de que no estábamos haciendo nada malo. Si nos la comíamos, quizá dejaríamos de sentirnos cazadores despiadados para convertirnos en un eslabón más del maravilloso ciclo de la naturaleza.
Julio colgó la liebre de una rama atando firmemente sus patas traseras y con su navaja la abrió en dos de un solo tajo. Fue entonces cuando sucedió: Unas pequeñas crías por nacer se escurrieron cayendo como corazones tibios envueltos de pelusa gris y sangre.
Julio, con su estúpida boca abierta, no pudo evitar que su navaja también cayera incrustándose en el suelo mientras unas arcadas más que amargas se apoderaban de José y de mí.
El camino de regreso fue largo y silencioso.
Ninguno se atrevió a comentar aquella masacre de la aguada que quedó como un vergonzoso secreto y que nos preocuparíamos por olvidar en la quietud de la oficina. Creo que algo de mí murió esa noche en el valle. La navaja de Julio debe permanecer aún clavada allí en la tierra.

Leonardo García Pareja

Premios

Mención de Honor Concurso Literario "Celebración - cien años de la creación  del cine" otorgado por el Departamento de Lengua y Literatura Castellana de la  U.N.S.J. 1996.
Primer Premio Concurso  "Isabel Samaja de Basañez"  Asociación  Amigos Casa Natal de Sarmiento- 1998.
Primer Premio Concurso Asociación de Jub. y Pensionados de la U.N.S.J.- 1999.
Primer Premio Concurso  "San Juan por sus letras" Dirección de Cultura de San  Juan- 2001
Primer Premio Concurso Literario " Encantadores de la memoria" Depto. de Lengua y Literatura Castellana de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes  de la U.N.S.J.- 2003.
Primer Premio Federal 2004  Concurso organizado por el Consejo Federal de  Inversiones  C.F.I.
Mención Especial Certamen Literario Internacional Hispanoamericano - Club de  Leones de Buenos Aires - 2007 

Publicaciones

Libro de cuentos "La ira de los oficios" Editorial Papiro S.R.L.- San Juan- 1999. Participante en la "Antología de Narradores y Poetas- San Juan". Editorial Desde 
la Gente- 2001.
Libro de cuentos "El amor en esas formas tempranas" Ediciones El Níspero. San Juan. – 2005.
Libro de cuentos "Concurso premio federal 2004". Consejo Federal de Inversiones. Bs. As. – 2006

Forma parte de la Antología de Narradores Sanjuaninos